Los lánguidos

LO MEJOR del aldabonazo de Aznar ha sido un adjetivo, uno solo, pero tan demoledor como cuando Rajoy llamó a Zapatero «bobo solemne». De haber dicho «solemne bobo» se hubiera quedado en el dicterio arrojadizo, sin más. En cambio, adjetivar en vez de sustantivar remató una descalificación sin paliativos, porque si «solemnizar lo obvio» es tara habitual en la política, criticar la solemnidad de la bobada, la fatuidad del bobo, hace de la bobería, achaque humano común y corriente, una forma intolerable de cursilería, un culto a la banalidad, a esa pomposa costumbre de felicitarse que exhibe el necio. Cuando Zapatero dijo que «la Tierra sólo pertenece al viento», no perpetró una solemne bobada sino que se mostró como un bobo solemne. Y acertó Rajoy al definirlo tan crudamente para mejor descalificarlo. El adjetivo libérrimo es lo que impide que la política se convierta en una simple burocracia de la nómina, sustantivamente atroz.

Esta vez, la lotería del adjetivo letal le ha tocado a Rajoy, junto a un sustantivo rotundo, difícilmente adjetivable: «resignación». Pero al presidente de honor del PP –recuerden el cargo los lánguidos filiformes del PP vasco– le salió redonda su definición del momento político: «una lánguida resignación». No es que resignarse sea bueno, pero a veces hay que hacerlo. Por ejemplo: debemos resignarnos a pagar la deuda y drenar la ruina que nos legó ZP, porque no pagar traería consecuencias peores. Lo innecesario es esta desgalichada languidez, esta desilusión, este dejarse ir, esta falta de voluntad, esta vaga vagancia de propósitos que exhibe Rajoy. Porque en un Gobierno, que por algo se llama Ejecutivo, la postura más intolerable es la del abandono, la del entresueño o la siesta, a ver si, durante la modorra, algo se arregla solo. Nunca se arregla. Las cosas se hacen o no se hacen, pero nunca se hacen bien arrastrando los pies. Cabe discutir las salidas a la crisis, pero explicarlas no se hace a capricho del explicador. Rajoy parece pensar que como a él le quedan dos años y medio en el poder, el PP bien puede esperar dos años a que ocurra algo, porque a él, hasta ahora, no se le ha ocurrido nada. Y el poder -que de eso trató Aznar la otra noche: de cómo el Gobierno lo está desperdiciando y el PP acabará perdiéndolo– lo admite casi todo, menos la languidez.

>Vea el videoblog de Carlos Cuesta La escopeta nacional. Hoy: Las matemáticas de Mas.